Capítulo 1.2 – Soy Maffe y quiero contaros mi historia

Este capítulo de la apasionante historia de cómo Barbara y Maffe, su perro, se encontraron en sus vidas, está explicado como si Maffe nos lo estuviera explicando.

Barbara y Maffe

Vaya, llevo días esperando pero aquella humana que tanto me gustaba no vuelve a aparecer.

Aquí hay humanos que huelen a karité y otros a champú. Ella de champú y para mi muy especial. Para empezar, olía que su personalidad era idéntica a la mía y además era muy pequeñita, lo que me permitía leer más fácilmente el lenguaje de su cuerpo y mirada porque entraba todo en mi (medio) campo visual. Además, siempre ha respetado mi espacio personal. Los primeros días, hasta que no se lo he pedido yo, ni hacía amago de tocarme. Los humanos que huelen a champú tienen esta mala costumbre de meterte siempre una mano en la cabeza y yo nunca entiendo bien cuál es su intención, y entonces les marco los tobillos, por si las moscas. Por eso todos prefieren a mi compañero Ker. Él es joven, todavía inocente, y le gusta jugar y buscar mimitos. Touba en cambio siempre va a su bola, no está mucho con nosotros, pero cuando viene todos le hacen muchas ceremonias.

Imagen del pueblo donde vivía Maffe en África

De esta humana me he fiado desde el primer momento que la he visto. En seguida he pensado que me habría gustado poder estar siempre con ella. Finalmente un día ha venido y se ha quedado y yo he podido seguir estando cerca de ella. Al principio intentaba seguirla por todos lado, y hemos llegado a hacer salidas inolvidables, en los espectaculares paisajes de mi África: momentos de pura felicidad en los que nuestros corazones se acercaban cada vez más. Para mí, compartir aventuras en la naturaleza sigue siendo uno de los principales fundamentos de las verdaderas amistades.

Pero pronto me he dado cuenta de que, ahora que conocía la paz y el amor, lo de buscarme problemas no me daba ninguna gana. Cuando ella iba a la selva con otros humanos, he aprendido que no se me permitía seguirla. Con Ker y Touba a veces lo intentábamos, hasta habíamos llegado a seguirlos desde la distancia pero cuando se daban la vuelta nos agachábamos en la maleza. El problema es que a mí siempre se me ven las orejas y los humanos que olían a karité venían a echarnos. Así que nada, a esperarla en el centro, durmiendo en su choza o en aquella mesita de mimbre que tanto me gustaba en la zona común, y luego cuando ella volvía empezaba mi día.

Choza del pueblo en el que encontraba Maffe

También había dejado de ir por el pueblo con ella: solo con verme, los humanos que olían a karité, sobre todo los pequeñitos con voz aguda, se llenaban los bolsillos de piedras y me las tiraban. Mi humana les echaba broncas pero mientras yo ya había salido corriendo y me había perdido. No voy a contar lo que viví antes de conocerla: no quiero que ella lo sepa, o se le rompería el corazón. La veo, como se le llenan rápidamente los ojos de lágrimas, si tengo alguna dolencia o solo al imaginar que me pase algo. Que yo haya conocido la violencia, mi humana lo ha tenido que descubrir sin que yo pudiera evitárselo: mi ojo herido vuelve periódicamente a dar problemas, las cicatrices de mi cuerpo acaban diariamente bajo sus caricias y la enfermedad que sufrí en África dejó un rastro que no le pude esconder.

Pero cuando la he conocido a ella, he decidido que mi mundo se tenía que reducir a aquel pequeño espacio cálido que era su choza y la zona común alrededor. Yo no saldría de él, pero tampoco nadie tenía que entrar aquí: a cada uno su espacio. Por lo visto nadie estaba de acuerdo con esta decisión mía, pero al principio no se había notado mucho, porque en verano en el centro no había nadie más que mi humana, que ya era mi mami, y la otra humana guay de los que olían a champú: Mónica. Y por supuesto mis compañeros Ker y Touba. Ellas dos nos daban de comer, hacíamos juegos en los que había que entender lo que te pedían y si acertabas te daban un premio, nos protegían y daban mucho cariño.

Todos los perros que vivían con Maffe

Desgraciadamente, desde hacía unas semanas todo había cambiado: habían vuelto a estar muchos humanos que olían a karité y champú y nadie me quería por aquí. Y yo a marcar tobillos y ellos a tirarme piedras y amenazarme con palos. Los únicos momentos de tranquilidad eran cuando mami me encerraba con o sin ella en su choza, cuando estaba conmigo en la zona común, o cuando ella y Mónica me mantenían ocupado con juegos o caricias. Pero en general la convivencia no era nada fácil y yo notaba que mami y Mónica ya no eran felices. Además, un día Touba había dado a la luz en la choza de mami unos bebés que nunca he podido ver porque no me dejaba acercarme a ellos, así que había perdido mi lugar de seguridad.

Algunas noches mami había intentado encerrarme en otras chozas, pero yo siempre encontraba la manera de escaparme, no importa si a bloquear la puerta había una piedra más pesada que yo. Yo quería estar con ella y si no podía estar en su choza, como mínimo estaría delante de ella, pero había vuelto a tener miedo.

Hasta que un día que la sentía muy triste, me ha dado un montón de abrazos y la he visto montarse en una moto con un humano que olía a karité. Algo se sentía raro en aquella situación, y efectivamente no he vuelto a verla. Sus cosas han desaparecido, su olor está perdiendo cada vez más intensidad. Mónica ha conseguido convencerme a que me mudara a su choza, con Ker y Touba. Los bebés ya han crecido un poco y todo el mundo quiere cuidar de ellos… Hasta que crezcan, y ya descubrirán que cuando dejas de parecer un juguete a los humanos ya no les interesas. Mónica nos trata muy bien y yo la quiero mucho, pero nosotros los perros nos damos perfectamente cuenta de cuando hay tanta tensión en el aire y creo saber por qué ella llora tan a menudo: ya no sabe cómo protegernos.

Co-responsable del Departamento de Rescate y Rehabilitación de Fundación Mona y Colaboradora de Pampermut
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