Capítulo 3.2 – En Thiès

Principio 2016

Han pasado unos meses desde que cambió todo. Ahora llevo un tiempo viviendo aquí con mama Myriam y mis hermanitos de varias especies. La que más me gusta es Nala, una perrita con quien nos hemos hecho inseparables: siempre dormimos acurrucados a pesar del calor horrible de la estación seca. La casa tiene un patio donde podemos jugar, pasear y tomar el sol. Al principio aquí no ha sido muy fácil. En mi pasado salvaje había aprendido que nosotros los perros tenemos que vivir en mini manadas en competición entre ellas para los pocos recursos y cualquier perro desconocido es potencialmente una amenaza. Pero con el tiempo todo se ha suavizado: he aprendido que mi manada ahora es esta y me he sentido acogido y aceptado.

Mama Myriam me encanta: es muy dulce, me da comida cada día y muchos mimitos. Cuando se sienta a trabajar yo me pongo en sus pies y le enseño la barriguita para que me la rasque. Cuando se relaja en el patio me siento en la mesita a su lado a descansar. Con quien no he conectado es su ayudante: es una humana que huele a karité y entonces yo le marcaba los tobillos antes que me hiciera daño. Pero mama Myriam nos ha solucionado el problema a los dos, ya que cuando aquella mujer viene separa los espacios donde estamos para que no nos encontremos. La otra humana que me gustaba también hacía lo mismo cuando venían las mujeres que olían a karité para limpiar. Como ellas me daban con la escoba y yo me ponía muy nervioso y agresivo, ella les dijo que no entraran en su choza, que la limpiaría ella misma, y allá se encerraba conmigo mientras ellas podían trabajar tranquilas en el centro.

Muchos humanos pensáis que nosotros los animalitos somos muy simples y no entendemos la mayoría de vuestras cosas. Pero esto no es verdad. Somos diferentes: sabemos hacer y notar y pensar cosas diferentes. Percibimos e interpretamos el mundo de una forma diferente, necesitamos cosas diferentes, actuamos de manera diferentes. Pero no somos menos que vosotros. Y somos perfectamente capaces de entender cuando alguien está haciendo algo para nosotros. Todas estas mujeres que han hecho lo imposible para regalarme tanta paz y seguridad: yo lo sé, entiendo su sacrificio, y les soy extremadamente agradecido. Nunca he sentido la necesidad de marcarle un tobillo a Myriam, o Barbara, o Vicky, o Mónica. Ellas huelen a amor y respeto.

Por cierto, cuando me trajo aquí, Mónica se quedó un poco conmigo. Menos mal porque al principio me sentía muy perdido y ella era mi único referente. Cuando se fue la eché mucho de menos y cuando vino a verme un tiempo después con Vicky me alegré muchísimo. En aquel entonces yo ya estaba mucho mejor: desde que vivo con mama Myriam, como muy bien cada día y estoy algo gordito, me siento amado y protegido y ya no me atacan tantos bichos. Solo sigue doliéndome un poco una pata de vez en cuando, pero no le doy importancia porque en comparación con lo que he vivido esto no es estar mal. No soy uno de llorar por tan poco. Estoy en el paraíso, no puedo quejarme de nada en absoluto.

Lo que no hacemos cada día es salir. Mama Myriam dice que en Thiès sacar a tres perros no es nada fácil y hasta puede resultar peligroso. No es un problema: es esta casa bonita con esta fantástica familia nunca me aburro y lo que yo quiero más de todo es paz. Pero esto significa que tengo que hacer mis necesidades en el patio. Al principio lo he tenido muy difícil: el patio es parte de la casa y yo lo veía como algo inadmisible. Pero luego, cuando con la ayuda de los otros perros he visto que así tenía que ser, he elegido un rinconcín que he transformado en mi baño, poniéndoselo muy fácil a Myriam a la hora de limpiar. Para compensar que no salimos cada día, mama Myriam nos lleva de excursión siempre que puede. Con ella he descubierto un lugar maravilloso, lleno de sol, luz y olor a sal. Es toda arena suave que a un punto se transforma en agua sin límite y no va rápida hacia una dirección como cuando llovía mucho en mi pueblo. A mi no me gusta bañarme, ya os lo he contado, pero estar cerca de esto que mama Myriam dice que se llama mar me transmite una sensación muy placentera.

El cambio que ha hecho mi vida es realmente increíble. Mi mundo se ha hecho más pequeño pero mucho mucho más tranquilo. Ya nunca tengo hambre, nunca tengo miedo. Todos los perritos del mundo merecerían esta oportunidad. Y como yo hay muchísimos que necesitan encontrar una familia que los quiera. Pensadlo bien, amigos y amigas humanos. Adoptar un perrito que necesita amor significa firmar para empezar a recibir lo mejor de vuestra vida, si es que estáis dispuestos a escuchar, observar y aprender…

Co-responsable del Departamento de Rescate y Rehabilitación de Fundación Mona y Colaboradora de Pampermut
Más artículos
Último capítulo – Maffe, una historia de amor y aventura