Capítulo 1.1 – Cómo conocí a Maffe en África

Maffe ha sido mi maestro, cuando llegó estaba tan traumatizado por los maltratos que había sufrido, que nadie podía entrar en nuestra casa. Marcaba a cualquiera, tanto en África como aquí. Solo confió en mí, desde el primer momento que me vio. Ahora es el perro más cariñoso del mundo. El suyo es un caso de recuperación que da mucha esperanza a quienes tienen perros reactivos. Quiero compartir nuestra historia con todos vosotros.

Barbara Sansone

Verano 2015 – África

Me recibieron en el centro un día cuando bajé de la aldea donde vivía y trabajaba de lunes a viernes. Eran tres: dos de ellos Ker y Touba, los había encontrado una compañera cuando eran cachorros y los había adoptado la familia cristiana del pueblo.

El tercero de la minimanada le llamaban Maffe y nunca supimos de dónde salía. Tenía algo de Basenji, estaba castrado y su cuerpo era un mapa de cicatrices, hasta la de una perforación en un ojo. Su pasado complicado había hecho de él un individuo desesperadamente dividido entre su insaciable necesidad de cariño y su profunda desconfianza hacia una especie (la nuestra) que tan mal le había tratado. Cuando él empezó a seguirme por todos lados, al bajar al pueblo veía inmediatamente la gente, especialmente los niños, tirarles piedras o armarse de un palo.

Maffe

Al principio a cuidar de él fue Emely, una bella valenciana que le cogió mucho cariño. Todos estaban enamorados de Ker, poco más que un cachorro, guapo, juguetón y cariñoso. Quererlo no era nada difícil. Maffe, en cambio, no le gustaba a nadie. Pequeñito, tuerto, serio, desconfiado, con esa mala costumbre de marcar los tobillos a todos. Yo todavía vivía en otra aldea y bajaba al centro solo los fines de semana. Emely fue la única que supo verle la luz grande que este perrito tenía dentro y cuando por la noche él se echaba en el suelo al lado de su cama, ella sacaba un brazo de la mosquitera para acariciarle, sin importarle el riesgo de coger alguna enfermedad al que se exponía.

Por suerte, cuando Emely marchó, a mí me tocó mudarme al centro y Maffe pudo encontrar en mi otra mami. A partir de aquel momento, yo fui la única en la que confiaba, que nunca marcó. Me eligió a mí porque supo inmediatamente que estábamos hechos para estar juntos. Yo también, antes de marchar a Senegal, supe que allí tendría un perro. A veces hay cosas que parecen estar escritas y así es nuestra historia de amor. Los animales saben mucho más que nosotros y hay que dejar que sean ellos a elegirnos y no al revés. A mí me ha adoptado un perro que no podría haber sido más adecuado para mí.

Ahora sí, si os soy sincera, pensaba que en aquél momento no podía incorporar a mi vida un perro, por eso que cuando decidí marchar de África mi primera lucha fue la de salvarle la vida y encontrarle a una buena familia que pudiera cuidarle. La situación en el pueblo se había hecho insostenible: él tenía un problema comportamental más que legítimo debido al trato que recibía, por lo que había decidido que ya no saldría del centro pero tampoco allí entraría nadie más de la población local. Se limitaba a marcar los tobillos a todo el mundo, pero en una cultura que a los perros se les tiene más miedo y asco que cariño, esto se convirtió en un conflicto importante.

Esto pasó durante un momento de grandes tensiones entre la ONG y el pueblo, creadas por un director que además, para intentar reparar sus graves errores diplomáticos, intentaba demostrar a los locales cuánto les importaban tirándole piedras a Maffe delante de ellos. Así perjudicaba los resultados que conseguíamos mi amiga Mónica Arias, educadora canina, y yo, que nos esforzábamos en enseñar a las dos partes a convivir pacíficamente. El resultado de tanta hostilidad fueron noches pasadas sin dormir, intentando vigilar al pobre Maffe, ya que algunos subían al centro con el machete para matarlo. “On va tuer le petit”, queremos matar al pequeño, nos decían. Y a mí se me llenaba el alma de miedo y angustia. Ya era otoño: Touba, que se había quedado embarazada, había elegido mi choza para parir y criar sus bebés y ya no dejaba entrar a Maffe. La choza de Mónica estaba justo fuera de la valla del centro y Maffe rechazaba pasarla. El pobre quedó desamparado y la enorme felicidad que habíamos vivido durante el verano, cuando casi habíamos estados solos porque todos habían vuelto a España de vacaciones, se convirtió en un estrés continuo y profundo.

Yo estaba a punto de marchar y quería aprovechar mi viaje a Dakar para llevarlo lejos a vivir con una familia que le quisiera. Casi no había Internet y no conseguí encontrar a nadie dispuesto a adoptarlo en la capital. Marchar sabiendo que le dejaba allí me rompió el corazón y antes de coger mi vuelo me pasé un día entero encerrada en mi habitación de hotel llorando, sintiendo que había fracasado una de las misiones más importantes que la vida me había ofrecido.

A Mónica todavía le quedaban un par de meses allí y siguió protegiendo a los tres perritos mientras la situación degeneraba: ya la gente de la ONG los consideraba un problema y había decidido eutanasiarlos. Pensaban hacerles un favor porque la única alternativa que eran capaces de ver era la muerte violenta que les habrían dado los locales, sin embargo Mónica y yo veíamos que la única opción posible era la de cuidarlos, protegerlos y encontrar cómo sacarles de allí. Íbamos a contrarreloj y para Mónica la situación era extremadamente complicada…

Continuará la historia en el capítulo 2.

Co-responsable del Departamento de Rescate y Rehabilitación de Fundación Mona y Colaboradora de Pampermut
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