Capítulo 3 – En Thiès

Otoño 2015

Vicky llevó a Mónica y Maffe a su casa, donde había preparado para ellos un rico desayuno y una habitación donde descansar. Inmediatamente Mónica me envió una foto de una cama tan cándida que parecía imposible que siguieran estando en la Dakar llena de polvo que yo había conocido. En las palabras de mi amiga, leía una inmensa emoción, debida al cansancio del viaje y el estrés de las últimas semanas, claro, pero también al afortunado desenlace y el encuentro con una mujer tan excepcional como Vicky. Mónica me contaba de su capacidad casi sobrenatural de conectar con los animales, que Maffe también había percibido enamorándose de ella de seguida. Nunca nadie de nosotros había osado cogerlo en brazos y Vicky lo hacía con mucha naturalidad, sin que Maffe reaccionara con su usual agresividad.

El día siguiente todos juntos se fueron a la primera revisión veterinaria. Cuando Vicky me lo preguntó, evidentemente le contesté que sí, le pusieran todas las vacunas necesarias para garantizarle el mejor estado de salud, no solo las obligatorias. Le pusieron el microchip y no sabiendo aún quién le adoptaría le asociamos mis datos. También hubo que desparasitarlo y hacerle la cartilla veterinaria. Luego fueron a comprarle comida y accesorios y le llevaron a Thiés, donde vivía Myriam. No sabíamos si Maffe había viajado en coche antes, pero esta vez, como todas las siguiente en África, se mareó. Todo tenía que ser muy nuevo y raro para él, y por eso Mónica se quedó unos días con él, acompañándole en la transición.

En aquellos días yo abrí la página Facebook de Maffe, www.facebook.com/savingmaffe, donde contaba su historia e intentaba reunir el dinero para seguir con todo el proceso de rescate. Muchos amigos y amigas me ayudaron y la contribución más grande de todas la dio mi madre. Ella sabía muy bien cuánto cariño le había cogido yo a este perrito y conocía su historia conmigo en el detalle desde el principio. Mientras, yo intentaba buscar para Maffe una buena familia en España o Italia. Sabía que no era un perro para cualquiera y no quería limitarme a poner un anuncio para que acabara con alguien irresponsable. Maffe era un perro que necesitaba mucha dedicación, no podía vivir encerrado ni con niños y entre otras cosas veía imprescindible un buen acompañamiento en la adaptación y corrección comportamental.

Finalmente, convencida también por Vicky, me decidí a quedármelo yo. Mis planes preveían que me marchara un tiempo a EE. UU., a un lugar donde estaba segura de que podía luego dejarlo en buenas manos. Para que él llegara a EE. UU., el proceso era más simple que para moverlo a Europa: microchip y antirrábica y ya podía salir. El problema era el viaje: quería que hiciera un solo vuelo, que ya era mucho, y desde Dakar solo podía volar a New York o Washington DC, mientras mi destino era el norte de Florida. Pensé entonces de volar a una de estas dos ciudades unos días antes que él despegara de Dakar, para poder confirmar a Vicky y Myriam que sí, me habían dejado entrar en el país. El hecho que obtuviera un visado de larga duración no significaba necesariamente que no me enviarían de vuelta a Europa sin siquiera dejarme salir del aeropuerto de llegada: así funciona cuando te vas a los Estados Unidos por un tiempo largo y no dejas detrás de ti una familia, una propiedad inmobiliaria o un contrato de trabajo. Desde la ciudad donde llegaría Maffe podríamos alquilar un coche y bajar hasta Florida.

El caso es que mientras se decidían todas estas cosas, me propusieron el trabajo de mis sueños en el lugar de mis sueños, en Catalunya: la Fundació Mona, el centro de rescate y rehabilitación de primates no humanos donde toda mi nueva vida había empezado unos tres años antes, con un máster de primatología antes y un voluntariado de cuidadora después, lo que me llevó luego a buscarme la vida en África. Se trataba de una sustitución de corta duración y la decisión no fue fácil. Mi corazón ya vivía aquí y nunca eché a alguien tanto de menos como a los chimpancés de Mona cuando me fui a África. Sin embargo, lo que me esperaba en EE. UU. podía representar una oportunidad interesante, además de una experiencia nueva y desconocida. Me fui a Madrid esperando que finalmente no me concederían el visado para EE. UU., así no tendría que decidir, pero lo obtuve.

Después de mucho pensar, decidí postergar mi viaje a EE. UU. y aceptar la propuesta de Mona. Con lo cual, Maffe debería quedarse tres meses más en Thiès mientras yo me preparaba para recibirlo. En aquel entonces, vivía en una habitación en el centro de Girona, en un piso compartido con Laura, la mejor compañera que podía desear. Pero allá, como casi por todo lado, no se admitían mascotas y yo no quería forzar Maffe a vivir de repente en un piso. Mi humilde presupuesto me permitió encontrar una casa con jardín, sí, pero bastante en mal estado, así que cada día al volver de trabajar iba a arreglarla un poco. Como una mujer embarazada, durante la espera empecé a leer todo lo posible sobre cómo cuidar bien de un perro y a comprar o recibir en regalo todas las cositas que él necesitaría: la camita, las mantitas, los accesorios, la comida, la plaqueta. Nunca había tenido un perro todo mío y la idea que fuera él, con quien ya había compartido muchísimos momentos inolvidables, cada vez me emocionaba más…

Co-responsable del Departamento de Rescate y Rehabilitación de Fundación Mona y Colaboradora de Pampermut
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